Hasta ahora, Okinawa era considerado el paradigma mundial de la longevidad. Sin embargo, en algunas comarcas del interior de Ourense las ratios se disparan hasta la estratosfera: triplican el número de centenarios que ostenta Japón. Y los ancianos orensanos no solo viven muchos años, sino que lo hacen en plenitud: subidos a un tractor, atendiendo a sus vacas o detrás de un mostrador. Viajamos al Shangri-La gallego para descubrir su fórmula ‘antiaging’.
«Yo he vivido lo que me correspondía. Esto es un regalo. Madrugo y saco a las ovejas todos los días. Llevo la guadaña para quitar la maleza. Tengo el monte tan limpio que por aquí no habrá incendios mientras yo viva», proclama con solemnidad Eustaquio Pérez, gallego de 99 años, orensano por más señas. Una fuerza de la naturaleza cuya longevidad, acompañada de una vitalidad exultante, no es la excepción. Por asombroso que parezca, es la regla en algunas comarcas rurales de Ourense.
EUSTAQUIO PÉREZ / 99 años, Quintela de Leirado: «Yo gozo. ¿Qué mejor vida que esta? No tengo miedo a la muerte. Estos años son un regalo de Dios. Nunca dejé de trabajar desde los 8 años, que cargaba fardos y cruzaba la raya con Portugal. Iba al contrabando, como todos: cobre, bacalao… Nunca drogas ni vicios. Luego emigré a Guinea. Mi mujer también está bien. Yo llevo los corderos al monte y me ocupo de la huerta. Las tierras son mías. Nunca pedí una subvención. Y los vecinos tampoco. La carretera la hicimos entre todos. El Gobierno no dio nada. Voy al médico lo menos posible. No iría nunca… Me dolía una muela y, tras mucho padecer, fui a la dentista. Me dijo que tenía dos mal, que me sacaría una ahora y otra en una semana. Y le dije que no. Sáqueme las dos. Y las dos me sacó. Yo mando en mi cuerpo. Nadie decide por mí».
«No tengo pereza. Me gusta caminar rápido. Raro es que ponga la calefacción. Y más raro que vaya al médico. Como de todo y me bebo un vaso de vino con la comida. Mi mujer me hace un caldo con las verduras de mi huerto. Luego veo una película del Oeste. Y por la noche me acuesto temprano. Tengo la cabeza clara y llevo las cuentas de casa. ¿Preocupaciones? ¡Yo disfruto de la vida!»,añade este vecino de Quintela de Leirado, en la comarca de Tierra de Celanova, la más longeva de Ourense, que es la segunda provincia más envejecida de España, tras Zamora, y una de las que tienen mayor porcentaje de jubilados de Europa, tras Pinhal (Portugal) y Evrytania (Grecia). En Ourense, con una población de 306.000 habitantes, la edad media supera los 50 años; el 33 por ciento tiene más de 65 y el 7 por ciento ya sopló las 85 velas y vive, por así decirlo, años de propina, pues ha sobrepasado la esperanza de vida de los españoles (83,3).
Si nos fijamos en el porcentaje de centenarios, las cifras esconden más sorpresas. Según los últimos datos recopilados por el Instituto Gallego de Estadística (de julio de 2019), en Ourense hay 230 personas con 100 o más años, lo que supone una tasa de 75 centenarios por cada 100.000 habitantes. Pero hace justo un año se llegó a 78, lo que superaba la tasa de la prefectura de Okinawa (Japón), considerada como el paradigma mundial de la longevidad (76 por cada 100.000). Y en algunas comarcas del interior de Ourense, las ratios se disparan hasta la estratosfera: 252 centenarios por cada 100.000 habitantes en Tierra de Celanova, el triple que Okinawa y 7 veces más que España
(34 por cada 100.000).
CÉSAR IGLESIAS / 90 años, A Conchada: «Soy jubilado de Campsa. Tenemos un piso en Ourense, mi mujer y yo, pero preferimos estar aquí, en el campo. Esta es la casa donde me crie. Solo bajamos a la ciudad a por suministros. El otro día fui a que me renovaran el carné de conducir. Sin problema. Somos los únicos que vivimos aquí todo el año. De vez en cuando pasa un ciclista y le damos agua y charlamos. En vacaciones sí que hay vecinos. Cuido del bosque. Tengo mucho que podar. Siempre llevo una azada. O una hoz, para cortar zarzas. Cuando yo falte, lo van a sentir los caminos. También tengo mis patatas y mis lechugas. ¡Y mis cepas! Hago mi propio vino».
El Padrón Continuo del Instituto Nacional de Estadística contabiliza 16.387 centenarios en nuestro país, que vive una auténtica eclosión de hiperlongevos, pues su número se ha multiplicado por 20 en democracia. Y es una tendencia imparable. Según la Universidad de Washington, España será el país más longevo del mundo en 2040, superando a Japón y Suiza; y otras proyecciones apuntan a que el número de centenarios españoles podría sobrepasar los 220.000 en 2066.
Esto convierte a Ourense en un laboratorio demográfico de primer orden, y prácticamente virgen, porque apenas ha dado tiempo a estudiarlo. De hecho, Ourense ni siquiera tiene la consideración de ‘zona azul’, como se conoce a las regiones del mundo más longevas: la mencionada Okinawa, Sardinia (Italia), Loma Linda (Estados Unidos), Icaria (Grecia) y Nicoya (Costa Rica). En el caso de Ourense no se puede obviar el despoblamiento acelerado de la España vaciada, y que también afecta a otras provincias envejecidas, como Soria, Zamora o Lugo. Pero tampoco se puede negar que la larga vida de los abuelos orensanos tiene su propia idiosincrasia. Y merece un análisis detenido.
CÁNDIDA CONDE /83 años, Palmés: «Atiendo el bar y la tienda cuando no están mis hijos y así tengo la cabeza entretenida. Estoy porque quiero, nadie me obliga. Hago licor café como se hacía hace cien años. Todo natural. Hablo con unos y otros. Necesito hacer cosas, moverme. Si te jubilas y te quedas en casa sin hacer nada, te estancas y al final caes enferma. Como de todo sin abusar. Yo solo pido que la ‘cabeciña’ valga».
«Cien años es un número redondo, capta nuestra atención, pero no es el dato más importante, ni mucho menos», señala Miguel Ángel Vázquez, médico geriatra, investigador de la longevidad y presidente de la Sociedad Gallega de Gerontología y Geriatría. «Hay muchísimos nonagenarios en Galicia. Gente que ha sobrepasado con creces la esperanza de vida al nacer. Y que está en muy buenas condiciones, tanto físicas como mentales y anímicas. Eso es lo que resulta asombroso en el caso de Ourense, en concreto del interior rural, más allá de que son comarcas que han sufrido la emigración de los jóvenes. Son ancianos que ves subidos a un tractor, manejando una desbrozadora de motor en su finca, caminando por el monte, atendiendo a sus vacas o detrás de un mostrador… No están postrados. Cumplen muchos años; pero no es la cantidad, sino la calidad de esos años lo que marca la diferencia», explica Vázquez.
PEPE QUINTAS / 84 años, con su mujer, Josefa, Soutelo: «Soy agricultor. Me diagnosticaron párkinson hace unos años. Me tiemblan las manos y dormía mal de la preocupación. Pero el hijo de unos vecinos, que es agente forestal, me enseñó a hacer ejercicios de respiración y a relajarme dándome baños de bosque, como hacen los japoneses. Shinrin-yoku lo llaman. Te mejora incluso la tensión. Todos los días salgo a caminar, recojo trozos de madera para hacer cucharas, arados… Y así, cuando no puedo dormir, pienso en las herramientas que voy a fabricar con la madera que recogí», cuenta Pepe. «Tenemos unos vecinos, un matrimonio joven: él es bombero y ella, enfermera. Tienen dos niños pequeños y nos los dejan cuando se van a trabajar. Les hago caldo, duermen la siesta…», dice Josefa.
El minifundio: parte de la explicación
Este fenómeno tiene un nombre científico: compresión de la morbilidad. Básicamente, consiste en que se va demorando la pérdida de autonomía hasta edades muy avanzadas. «Esta gente vive muy pocos años ‘malos’ en comparación con el resto de población anciana. Es un círculo virtuoso. Si llevas una vida saludable, activa, vives mejor más años. A veces es una cuestión de mentalidad, de ‘creérselo’… Si tengo 87 y me dicen que puedo llegar a los 100, hago cosas. Me planteo que igual tengo que pintar la cocina, o cambiar de coche, o echarme novia», comenta el geriatra.
¿Cuál es el secreto? ¿Genes, buena alimentación, un estilo de vida tradicional? «Un poco de todo, porque detrás de la longevidad hay un cóctel de factores. Pero una de las características del medio rural orensano es la ausencia de estrés. Tiene su explicación. Hay mucho minifundio. Heredaba el primogénito o la primogénita porque, si se repartía entre los hijos, no daba para vivir. El que se quedaba tenía la supervivencia garantizada. Eso disminuye el nivel de estrés. Los demás emigraban y se buscaban la vida. Hay orensanos por todo el mundo… Además, la tierra hay que trabajarla. Y la que más ha trabajado desde siempre es la mujer, que lo hacía en el campo y llevaba la casa. El hombre se iba al bar cuando se ponía el sol a echar la partida. Resultado: la mujer vive más, cuatro años de media», expone Vázquez.
PILAR NÓVOA / 82 años, A Conchada: «Llevo un diario y hago versos y canciones. Quería ser maestra, pero no pude estudiar. Sé de las cosas del campo. Los pueblos se quedaron sin gente. Y como no hay sembrados tampoco hay pájaros. Mi marido echa arroz en los caminos para ellos. Nos trajimos tres gorriones de otro pueblo. Y a los pocos días vinieron diez, porque les pusimos de comer. Criaron en los hórreos. Cuidamos de todo, hasta de las arañas. Vi una entre las cerezas, con un dibujo que parecía una flor de lis, y la puse en un rosal. Y estuvo con nosotros toda la temporada. Tenemos una estufa, pero nos gusta ver arder el fuego en la chimenea. Un piso es una jaula».
El clima y la solidaridad de la gente
José Antonio Pérez es alcalde de Quintela de Leirado, uno de los diez ayuntamientos que componen la comarca de Tierra de Celanova. Lleva como regidor desde 1976. «Tengo mi casa a cincuenta metros del Consistorio. Si no estoy en el despacho, los vecinos saben dónde encontrarme». Tiene 72 años, pero no piensa en jubilarse. «Aquí nunca hubo industria, para bien y para mal, así que tampoco hay contaminación. Quizá por eso se vive tanto. Los vecinos tienen sus huertos, su ganado… Y el clima es bueno. Más suave que en la capital. Apenas hay nieblas. Y por la orografía tenemos muchas horas de sol. Vemos los primeros rayos en el horizonte y los últimos. La luz marca la jornada. En fin, la gente es solidaria. Todos los vecinos contribuyeron para hacer la carretera. Y acabamos de poner fibra óptica. Se vive bien. No es una vida cómoda, hay que hacer muchas cosas y no da tiempo a acomodarse, pero es tranquila», cuenta.
«La provincia de Ourense es un ejemplo de desertificación», comenta Xosé Santos, miembro de la asociación Amigos da Terra y buen conocedor del medio rural. «En los últimos 30 años se ha pasado de un 40 por ciento de población en los pueblos y aldeas a solo un 6 por ciento. En Soutelo, el pueblo de mis padres, hay tres vecinos en invierno. El panadero va allí y vende una barra de pan, 80 céntimos, dos a lo sumo. ¿Le resulta rentable? No, pero mi madre le regala unas berzas, charla con unos y otros, comprueba que están bien. Hace un papel social imprescindible. Y la estructura social es un factor determinante en la longevidad», asegura.
ISAAC PÉREZ Y CAMILA PINTO / 88 y 82 años, A Bola: «Venimos los jueves al mercado de Celanova a vender los productos de nuestra huerta. Ya nos cuesta, porque la edad pesa, pero no nos llegan las pensiones. Y es una ayuda que tenemos. Y también es verdad que así la cabeza está ocupada pensando lo que vas a llevar para la venta. Y, como conocemos a la clientela, con todos hablamos. Vendemos berzas, cebollas… Lo que va siendo de temporada», cuenta Camila. «Tuve un ictus y me pasé unos años sin decir ni una palabra. Pero recuperé el habla y aquí estoy», añade Isaac.
La clave: envejecer bien
«La comunidad, entendida como la suma del clan familiar y los vecinos, presta apoyo y llega donde no llegan los servicios sociales. Pero se está perdiendo, se ha perdido ya en gran medida. Y dudo que los hijos y los nietos de esta generación tan longeva, y que se han marchado a la ciudad, vayan a vivir tantos años buenos, activos, a pesar de los avances en medicina o en alimentación. Puede que vivan más, ¿pero envejecerán igual de bien? –se pregunta Santos–. Estamos hablando de gente que ha comido toda su vida los alimentos que ellos mismos producen; que sigue haciendo mantequilla con la leche que da su vaca, a la que alimenta dos veces al día con un pote caliente de verduras que no es muy diferente al que comen ellos mismos. Han bebido el agua de los manantiales, han respirado el aire de los montes, no han dejado nunca de trabajar y, cuando han enfermado, la comunidad los ha cuidado. Creo que estamos ante una excepcionalidad demográfica que se perderá cuando esta generación se extinga. Desde luego, tenemos mucho que aprender de ellos. Porque son los ‘últimos mohicanos’ de una manera de vivir en armonía con el entorno.
O Resumo Semanal - Edición Nº 545 - 20 de Abril
Fuente: xlsemanal.com
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