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Un bosque gallego en pleno desierto del Sáhara

El nigranés Alexandre Pereira siembra un antiguo oasis para que un pueblo marroquí viva de sus frutos

Alexandre Pereira posa en Nigrán. M.MORALEJO

Madani Hannana es un nómada del desierto. Fue el hijo número veinte de una familia bereber. Cuando nació su padre tenía 82 años y el único recuerdo que tiene con él está relacionado con un camión de sandías que volcó tirando todo su cargamento al río. Fue la primera vez que vio la fruta. No se podía creer que esas sandías crecieran en el suelo. De esa imagen nació un sueño: crear un bosque en su tierra, a las puertas del Sáhara. Parecía una utopía, pero todo cambió cuando se encontro al ecólogo de Nigrán, Alexandre Pereira.


Pere, como le conoce todo el mundo, llegó al Sáhara de mochileo. «Después de trabajar en el jardín botánico de Zagreb y en una granja de Países Bajos quería cambiar de rutina. Me fuí a Marruecos y después de varios proyectos de voluntariado conocí a Madani», explica que «conectamos al instante y me propusé hacer realidad el sueño de este hombre».


Después de este primer encuentro volvió a Vigo para compartir el proyecto con sus compañeros de Ecolectivo, pero la idea no fue muy bien recibida. «Pensaban que estaba loco. Tuvieron exactamente la misma reacción que mi padre cuando le dije que quería ser ecólogo», bromea. No se rindió con esa primera negativa y finalmente, en 2017, consiguió convencer a parte de sus compañeros en Vigo para unir fuerzas con un grupo de bioconstructores de Madrid y sembrar el sueño de Madani.


trabajo de reforestación que Alexandre y su equipo realizan junto a la población local en el oasis a las puertas del desierto. Bnomad

«Lo primero que plantamos fueron 27 árboles», explica. Había eucaliptos, acacias y olivios, «especies resistentes y acostumbradas a climas calientes». Cuando terminaron ese primer trabajo «les prometí que si no sobrevivía ninguno abandonaba». ¿Y qué pasó? «Sobrevivieron cuatro» ¿Y entonces? «Tenía cuatro grandes razones para seguir al lado de Madani».


A partir de ese momento el proyecto no dejó de crecer. Alexandre y sus compañeros crearon Permacultura África, una asociación que evolucionó a lo que hoy es B-Nomad. Con esta agrupación que coordina con varios amigos reciben dos veces al año grupos de 40 a 60 personas que deciden pasar sus vacaciones «trabajando en nuestra finca y compartiendo experiencias vitales y culturales». En la primera visita que organizaron plantaron en el espacio 200 árboles, en la siguiente más y así hasta ahora. La finca ya es un pequeño bosque que aguanta el avance de las dunas del desierto con agua del subsuelo. «La tenemos que extraer a 30 metros de profundidad, luego quitarle la sal con plantas e irradiarla en nuestro sistema de riego. Es un proceso complejo», explica. Estos acuíferos son reservas del «Sáhara verde», una extensa sábana que se extendía donde hoy está la arena hace unos 10.000 años. De hecho, el municipio al que pertenece la finca se llama Mhamid el Ghizlane, pueblo de las gacelas en castellano.


«El objetivo que tenemos con este bosque es que sea sustentable por si sólo», destaca Pere. «Ahora aún no lo es y cuando no estamos nosotros Mahani contrata a dos personas del pueblo para que lo cuiden», salienta.


Próximos pasos

Sus siguientes pasos son seguir plantando y regando, pero el objetivo a largo plazo «es que todo el pueblo pueda alimentarse con los productos de las fincas». Al estar tan apartado y por la subida del precio del combustible el coste de los alimentos básicos se ha disparado en la zona. «Muchos son bastante más caros que en Galicia», lamenta Pere.


En todos estos años el covid también supuso un antes y un después en el bosque. «Nos pilló en medio del desierto», recuerda. «Nos pasó como a todo el mundo... Pensábamos que no iba a ser para tanto». El 10 de marzo de 2020 llegó un grupo de 42 turistas españoles y franceses para trabajar en la finca durante una semana, pero se quedaron hasta junio. «Todo se cerró y decidimos quedarnos trabajando en el bosque», explica. Ninguno de ellos enfermó, pero muchos si que tuvieron problemas a la hora de lidiar con el miedo y la distancia. Por ejemplo, un matrimonio vigués llegó a fletar un avión privado para que los fuese a recoger al desierto. «Fue una locura», cuenta Pere, el avión aterrizó en la explanada desértica y se fue con el matrimonio y «tres personas mayores y vulnerables».


En junio, el Sol ya apretaba mucho en el Sáhara y «tuvimos que volver». Cogieron taxis hasta Tánger, 13 horas en coche, luego un ferry hasta Málaga y desde allí volvieron. «Para nosotros fue un shock. Dejamos la libertad del desierto por las paredes de nuestras casas», concluye.




O Resumo Semanal - Edición Nº 547 - 4 de Mayo

Fuente: lavozdegalicia.es 2.5.2023




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