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ALEJANDRA FORESTIER GARCÍA

Gerente de servicio de Forestier Pose S.A. "El llamado de lo humano.." Ser funerario es mucho más que enterrar gente..." De niña soñaba con ser arqueologa"...


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Ser funerario es mucho más que enterrar gente. Claro que como dice el dicho “hay de todo en la viña del Señor”. Pero por lo general, el empresario fúnebre se caracteriza por tener una clara y acérrima vocación de servicio. Es frecuente encontrar filántropos y pequeños filósofos trabajando en esto. Personas que aprecio y valoro mucho y que sigo descubriendo a diario.

Y es que cuando me preguntan si de mi trabajo se aprende sobre la muerte siempre contesto lo mismo: más bien se aprende sobre la vida. Se aprende sobre la finitud de nuestro pasaje. Se aprende Inevitablemente a valorar cosas y momentos, determinando así una manera de vivir.


Mi bisabuelo, José Pose Cotelo, había huido de la crisis en la España de su época y había llegado, muy jovencito, a probar suerte con su arte por estas tierras, abriendo, en el mismo barrio de La Comercial de hace un siglo atrás, la Cochería Pose: origen y predecesora de la hoy Forestier Pose SA.

Nunca pensé dedicarme a esto. Como supongo que nunca lo pensó mi bisabuelo, ni su yerno. Supongo que es un llamado para gente con un perfil determinado y muy bien definido por un lado, pero también algo que se aprende y de alguna manera también se cultiva y forja (el término no es fortuito).


De niña soñaba con ser arqueóloga. Y no, no falta el amigo de antaño que bromee con que al menos terminé en algo igual... pero al revés! Es algo a lo que “los funebreros” tenemos que acostumbrarnos desde niños: las bromas recibidas son pesadas de verdad. Quizás sea parte del “training”. Una especie de temple para luego ser capaces de mantener la calma y la claridad en uno de los momentos más duros en la vida de un ser humano.


Empecé a estudiar derecho, luego que vi lo etéreo e inalcanzable de la arqueología en este país y en aquellos tiempos. Tal como había sucedido con mi padre y mis hermanos mayores, comencé a acercarme al negocio familiar y su funcionamiento conforme iba avanzando en mi carrera. Pero... algo no “cuajaba”. Me sentía demasiado bien confortando a aquellos seres vapuleados por la realidad que llegaban en busca de una solución material a su situación, pero que necesitaban más que nunca un abrazo desde el alma, una genuina claridad en medio de tanta oscuridad y desasosiego. 

Mi alma de creyente me hacia entender que había sido puesta (y no casualmente) en ese papel para cumplir una función. Y quise comprometerme a cumplirla de la mejor manera que pudiera.


Me encontraba muchas veces teniendo que contestar una pregunta que siempre me sorprendía, por más que me la repitieran diferentes actores: “muchas gracias por venir y estar acá... dime, tú... sos sicóloga?” ... y no, no soy no. Me faltaban herramientas para ayudar mejor, sí. Yo sabía que lograba conectar. Sabía que les hacía bien con sólo escuchar, pero... me faltaba más. No alcanzaba. En aquella época internet empezaba a funcionar como algo más parecido a lo que es hoy. Precariamente pero funcionaba. Comencé a buscar “la” herramienta que me permitiera cumplir mejor con ese “rol circunstancial”, mientras no me recibía de abogada. Pero comenzó a atraparme.

Comencé aquella búsqueda en pos de algo que no sabía siquiera si existía: no era terapeuta, porque no tendría el tiempo suficiente para hacer una terapia con esas personas. Se le asemejaba bastante, pero no era. No era relaciones públicas, porque no era mi intención llegarles con ese perfil. Mi intención era acompañarlos y, en la medida que estuviera en mis manos, ayudar a encontrar un poquito de alivio.


Luego de muchas horas de muchos días y semanas de búsqueda, había logrado encontrar una herramienta que prometía algo muy cercano a lo que yo pretendía: Intervención en crisis. Un tópico que, tengo entendido, en estas latitudes se da a las corridas dentro de la carrera de sicología, pero que en países como Alemania, Suiza  y Noruega implica todo una especialización con sus correspondientes ramas. Mi opción fue: comunicación de la noticia de la muerte y primer manejo del duelo. 


No fue sencillo. Internet en pañales aun. Las únicas opciones eran: o bien viajar a Suiza o bien recibir una serie de CDs llenos de fragmentos de libros en diferentes idiomas y rendir finalmente un examen imposible que seria remitido por correo sin muchas posibilidades de una defensa de tesis en vivo.


Vi, experimenté y hasta me animè a modificar alguna estructura preestablecida. Y veìa sus resultados. Me daba placer trabajar de esa manera. Hacia bien y lo podía sentir. Pocas veces me volví para casa con el corazón cargado de impotencia, sino que por el contrario, regresé a mi casa, junto a los míos, con el alma nutrida y con el corazón rebosante de agradecimiento por haber tenido la oportunidad de ayudar, de servir. 

Trabajar en equipo con mis hermanos, de corte más comercial y administrativo, me ha permitido abocarme al encuentro y compenetración con el lado más humano de la existencia, pariendo así no sólo una profesión que he logrado ir autogenerando y tecnificar  sino  una pasión que modifica definitivamente mi forma de vivir, pensar y sentir.

He tenido la oportunidad de incursionar en áreas diferentes y que también me gustan en otras empresas. Y la verdad es que extraño. Pero no extraño el cobijo del seno familiar en el ambiente de trabajo, sino que lo que extraño profundamente es ese alimento, esa nutrición que me proporciona el saberme ùtil para las personas en momentos tan crìticos de sus vidas. De esos que seguramente les marquen con un antes y un después para siempre y sin remedio.


No hay nada que logre satisfacerme más que saber que hago la diferencia, en minutos, o como mucho horas de contacto con seres con sus emociones en llagas. Ese incentivo, esa profundidad en el relacionamiento y ese alimento del alma difícilmente lo logre haciendo otra cosa.


Difficilmente un trabajo cuestione y nos enfrente de cara a nuestra más extrema realidad existencial.

Es el trabajo màs humano por excelencia. Una pasión. Una forma de vida.

Comparto esta reflexión como mamá...

"Todos somos peregrinos"


Historia de inmigrantes.

   Hace un par de días Pati me invitó, con mucho cariño y algo de apuro, a contar alguna historia de vida para compartir en el semanario.

Trabajo en una tarea que colecciona historias. Que rinde tributo a la memoria y la pone a prueba del tiempo. Historias de vidas y de muertes. Difícil elegir una. Por eso preferí quedarme con la más espontánea: la que se genera en el mismo momento de la invitación a escribirla. Algo muy simple,  pero cargado de significado. Y quiero compartirlo..

Adicta por completo a leer, me encuentro absolutamente novata y un poco perdida escribiendo. Sépanme disculpar, amigos, cualquier defecto en mi relato.


   Durante los últimos meses mi hija de 16 años llevó a cabo un intercambio en Italia, país que en realidad resultó ser un destino por descarte,  una vez que los cupos para Holanda se habían agotado el día anterior a su presentación. La noticia sobre la imposibilidad de ir a Holanda cayó como un balde de agua helada sobre su ánimo.


   Luego de las primeras horas de decepción, ambas llegamos a la misma reflexión: confiar en que las cosas no suceden porque sí. Tendría seguramente aspectos positivos que en una primera instancia no habíamos pensado, como ser un país latino, más "parecido a nosotros", un clima menos inhóspito. Quizás no estaba nada mal para hacer las primeras experiencias de independencia.


   Al día de hoy transcurrieron desde aquella partida ocho meses, por momento eternos y por momentos fugaces. Llenos de peleas telefónicas, declaraciones de agradecimiento y amor eterno por mensajes de texto, momentos de desesperación, angustias, alegrías y encuentros de seres entrañables que se niegan a salir de su vida y de su corazón.

   Luego de llamar desesperada exigiéndome que le comprara "de inmediato" su pasaje de regreso porque "sentía" que no debía estar allí, ya promediando su intercambio  decidió que, tarde o temprano, volvería a Italia para quedarse a vivir.

   "Alma de inmigrante", "espíritu de peregrino", "un alma libre", pensé desde entonces y recordé nuestra fugaz estadía en Santiago de Compostela unos cuántos años atrás con mis padres, en el preciso momento en que España se coronaba campeona del mundo.

   Hace un tiempo, durante mi visita a Puglia, me comentó que era uno de sus items en su "bucket list" (bueno, así lo llaman ahora a la lista de deseos en su vida) hacer el camino de Santiago.

   Hoy está a dos escasos días de volver para ver a sus amigos y familia, estar con sus cosas un poco, pero, principalmente, conversar con su padre para conseguir el permiso que la devuelva a estudiar en el viejo continente. Será un paso importante para ella. Una dificultad importante a sortear por el perfil de su papá, pero nada que la paralice.


   Como madre, no puedo evitar cargar con el tripolar sentimiento de felicidad extrema, pánico paralizante, y rajadura en el corazón. Con el convencimiento profundo de que ese es el camino elegido por ella y de que allí estaré inamovible para apoyarla. Por lo pronto mi apoyo sólo ha encontrado la posibilidad de plasmarse mediante mi incansable aliento y una Novena a Santiago, patrón de los peregrinos, para acompañarla en su peregrinaje por la vida. Ni por casualidad lo relacioné nunca con su deseo de hacer el camino de Santiago.


   Orar y las Novenas me han dado siempre un momento de reflexión, de conexión, de paz y de amor incondicional. Y esta Novena no fue la excepción. Por lo general me predispone y sensibiliza hacia un estado de "alerta" hacia las "señales" que, por cierto, nunca faltan. Y no faltaron.

   Apenas tres días después de terminar mi Novena, al llegar a la oficina, encuentro un nota : "Ale: llamó Patricia Arijón, que por favor la llames".


   Hacía años nos mandábamos con Pati saludos por conocidos en común, pero no conversábamos directamente. Le devolví el llamado con el entusiasmo propio de quien se reencuentra con un apreciado conocido de muchos, muchos años. Conversamos un rato, actualizó la base de datos para AEGU, y finalmente contó que estaba sondeando la idea de realizar el camino de Santiago organizado por la asociación.


   No creo en las casualidades. En ninguna. Ni siquiera en las más casuales. Había un llamado claro. Lo entendí y lo prometí de inmediato: haríamos el Camino de Santiago con mi hija el próximo año. No sé cuál será el resultado de la conversación con su padre, pero seguro lo haríamos con un profundo sentimiento de agradecimiento al camino recorrido juntas. Camino que agradezco y al que le debo haber crecido exponencialmente desde todo punto de vista.


   Todos vamos diseñando nuestro camino paso a paso y día a día. Y yo agradezco el que, en el error y en el acierto, trazamos juntas. Gracias a todos los que, aunque sea puntualmente, nos han acompañado hasta aquí.

"Todos somos peregrinos". Nada más real.


O Resumo Edición Nº 332 - 3 de Agosto de 2018

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