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David, el químico que enseña idiomas en la cocina:

«Con 25 años tenía un empleo de por vida y di el gran salto»

UN HOBBY LE CAMBIÓ LA VIDA. David afrontó siete mudanzas de destino desde que tuvo la oportunidad de conocer Chicago. Allí descubrió que los idiomas se aprenden mejor en la cocina. En Londres conoció a su pareja y nació el proyecto que le ha traído a Galicia en la pandemia...

David ha vivido en Ávila, Salamanca, Chicago y Londres, y emprendió en plena pandemia en A Coruña. En la foto, en julio con la estadounidense Lori, participante en uno de sus talleres. MARCOS MÍGUEZ

Con él hay química en la cocina. Es de Ávila, estudió Químicas en Salamanca y con 25 años cumplió el sueño de todo padre español para un hijo: tener un empleo estable. Pero, tras seis años ejerciendo la consultoría en España (primero en Madrid y luego en Valladolid), David Sanchez-Gonzalez se vio demasiado joven proyectado en el panel de una rutina en serie infinita y dio «el gran salto». Cada cinco o seis años, calcula este emprendedor aventurero, da un cambio y se reinventa, pero ahora ha empezado a echar raíces en Galicia. La química del amor lo ha traído a emprender en A Coruña. El destino lo marcó Cupido, con esa flecha que se disparó por un e-mail de negocios con Ana, la abogada coruñesa con la que ha «cocinado» una familia y el proyecto Pencil & Fork, local multiusos donde todo gira en torno a la cocina, la diversión, el aprendizaje de idiomas y la cultura. Al entrar te sientes como en casa, llegas y, con suerte, vas al centro de la vidilla, ¡la cocina! «Me di cuenta de que cuando hay comida, la gente no falla a una clase», señala David, que empezó a dar forma a su idea de negocio enseñando el español a ingleses tapa a tapa.


«A Coruña me vine por amor, sí. Si no llego a conocer a Ana, estaría danzando por Chicago o por Florida...», nos cuenta sin dejar de ocuparse con los clientes del local, que tiene su historia. Ana cuenta que aquí estaba el restaurante Las Meninas, al que siguieron El Manjar y Las Magnolias. Es visible en él la huella del pintor Manuel Lage, que fue «como un tío» para Ana. «Pensé que el hecho de que la decoración del local fuera de Manolo era una señal. Dijimos: ‘Venga, este tiene que ser el local’», cuenta ella. Tomaron el espacio vacío y ampliaron la cocina, «la joya» de sus talleres. Ellos la llaman «la isla».

Realmente, ahí, en su cocina, puedes aislarte del barullo de tus preocupaciones, del estrés de tu rutina. «Es la habitación de la casa donde la gente suele soltarse más, donde estás más cómoda. La cocina es el espacio de las confidencias, el lugar de la casa donde mejor lo pasas. Por eso, David dijo: ‘Hagamos cosas a partir de la cocina», comparte Ana, que cuenta más de 20 años de experiencia en márketing en Londres.


En el área de tapas-bar se puede degustar la Paloma de ensaladilla (una tapa para repetir, que tiene un ingrediente, dicen, que no se encuentra en ningún otro local de Coruña), el paladar marca la pauta de un negocio que tuvo como primera célula el proyecto Cooking your spanish.


A COMERSE LOS IDIOMAS

La idea de cocinar y comerse a bocados el conocimiento del inglés y de otros idiomas prendió en David unos 15 años después de dejar su puesto como delegado de una consultora en Castilla y León, aquel empleo fijo. El salto lo dio cuando una amiga le propuso irse a pasar unos días a Chicago: «Tenía 31 años, iba unos días ¡y me quedé seis años!». ¿Qué pasó? «Fue poco después del 11S, estaba todo muy revuelto, enrarecido, pero tuve la suerte de estar en el momento adecuado en el lugar preciso. Fui a una universidad que tenía un departamento de capacitación a empresas. Eché el currículo y me llamaron para una entrevista. Me dijeron: ‘Queremos montar un departamento así, si funciona te damos la visa’». Y funcionó... y se quedó. David encontró un buen trabajo y, por correo, conoció a su compañera de vida, Ana. «La vida en EE.UU. es muy distinta a esta. Hay grandes oportunidades laborales, pero es a costa de sacrificar vacaciones y mucha vida personal y familiar. Como fogueo, está bien, pero yo no estaba dispuesto a asumir ese desequilibrio por mucho tiempo», revela.


«Enviando un e-mail de trabajo a la Cámara de Comercio de Londres, conocí a Ana, que trabajaba allí, fue como de película... Por mi apellido, Sánchez, ella dijo: ‘Tú no debes de ser americano...’. Y así empezamos a chatear». En cosa de semanas, tras conocer a Ana virtualmente, David viajó a España haciendo escala en la City. Y así empezó a gestarse otro salto de vida. David convenció a su jefe de Chicago para poder operar desde Londres. El químico se mudó a Londres, junto a Ana, en el 2009, con el estallido del crac financiero. Allí siguió trabajando para Chicago en teletrabajo, pero debía viajar a EE.UU. con regularidad y se empezó a hacer «cuesta arriba». En Londres, la pareja se mudó de barrio y compró una casa. «Ana y yo nos dijimos: ‘Tenemos que conocer a nuestros vecinos’. Un día caminando por una calle de tiendas, vi en un escaparate un cartel con el mensaje: ‘Si tienes una idea que piensas que puede ser un negocio, pregúntanos’», cuenta. Entró y preguntó. Sin desembolso previo, David echó a andar su proyecto Cooking your spanish. «La cocina es el lugar ideal para enseñar, porque allí nadie está en tensión, es el lugar perfecto para aprender. Uno si va invitado a una casa a una cena o comida en grupo... al final acaba yendo a mirar a la cocina», sostiene.


Con esa base, transformó en Londres una antigua oficina en una cocina mediterránea, con sus ristras de ajos y sus manteles rojos. Y así fue reclutando a través de la comida a gente interesada en saber español. «Fue un éxito inesperado. ¿Intentar que un inglés se siente a aprender español? Pues sí... Seleccioné distintas edades y cuando tuve un grupo de seis dije que no quería más». El mismo grupo pasó tres niveles de español ¡haciendo tapas! De ahí surgieron cuatro gastrotrips a España, entre ellos uno a Galicia. Quedaron ganas de más... y siguió el cambio.


El nacimiento de su hijo Carlos, de 5 años, giró «radicalmente» su vida. Y alentó un nuevo salto, el que les trajo en la pandemia a Galicia. Aún en Londres, David dio una vuelta al Cooking your spanish y lo transformó en Pencil & Fork, ampliando miras, y hoy, en A Coruña, el volumen de negocio va creciendo, entre otras actividades y talleres, con los de cocina molecular e iniciativas como cenas Cluedo.


Webs como TripAdvisor hace que aumenten sus clientes de todo el mundo (los americanos alucinan con las visitas al mercado de la plaza de Lugo). Sus padres, de quienes David hereda el afán currante, tienen un altar en un rincón bien provisto de ingredientes esenciales en este local en el que se cocinan el sabor, el saber, el juego y la amistad. La vida.


M.MORALEJO

Patricia y Javier: «Todo empezó por un foro de madres en internet y llevamos diez años en marcha»

Esta pareja es un equipo las 24 horas. Nacieron como emprendedores en Soria y han mudado su hogar y su negocio a Galicia: «Nos decían: ´¿Todo el día trabajando juntos? Vais a acabar separados´. Estamos mejor que nunca»


Ana Abelenda


Las madres que cosen hilvanan historias, son el cliente estrella de esta tienda de telas online que disparó sus ventas en plena pandemia. «La pandemia fue una locura, nos llevó al colapso por el volumen de pedidos. Pero nos hizo aprender mucho, actualizarons, ponernos las pilas», revela la pareja 24/7 que forman desde hace ya diez años Javier y Patricia, creadores de Ratucos. Su historia tiene encanto y tiene tela (telas de todos los colores), hasta 3.900 tejidos en stock para niños, tres hijos, afrontó siete mudanzas en diez años y tiene esa luz que desprenden las vidas de quienes saben, mes a mes, lo que cuesta pagar las facturas.


Hoy que la costura es una especie de manualidad o mindfulness, la empresa de Patri y Javier, con base actualmente en O Porriño, pone al alcance de cualquier mano la posibilidad de hacerse una prenda exclusiva, de las que no se ven repetidas a cada vuelta de esquina.


Todo empezó en Soria hace diez años, cuando Javier trabajaba como encargado de administración en una empresa. Pero antes se conocieron por chat. «Yo me fui a A Coruña con 16 años», relata este gallego de adopción que echó raíces en Galicia. Patri, de Vigo «de toda la vida», lo conoció cuando «no había ni redes, sino un chat, IRC-Hispano, donde quedabas para hablar». Han pasado 23 años desde aquella primera toma de contacto. Paso a paso. Javier estudiaba, en el 2000, un máster en la escuela de negocios de Caixanova (entonces, Caixavigo) y Patri estaba haciendo un grado de FP cuando surgió la chispa. «Por circunstancias de la vida, Javier se fue a vivir a Soria, donde llegó a ser jefe de administración de una empresa», cuenta Patri. «Era un buen puesto, con buen sueldo, en una empresa segura», comparte la parte contable del tándem.


Patri trabajaba en una oficina en horario de mañana. En enero del 2012, hacía toallas como hobby «para un grupo de mamás de un foro de internet». Como no encontraba telas en Soria, empecé a comprarlas en Estados Unidos», explica. Compraba trozos de tela que adquiría «con elevados gastos de aduana». Facebook y WhatsApp fueron las redes en las que ratucos.com echó a andar. «¡Recuerdo que era un caos! Había muchos encargos y yo tenía mi trabajo y tenía dos hijos». Como para volcarse en un hobby...

«Pues el hobby me absorbió. Recuerdo una noche de abril que le dije a Javier: ‘O montamos un negocio con todo esto o lo dejo’. Teníamos un pequeño colchón de ahorro, un dinero destinado a vacaciones. En vez de irnos de vacaciones, invertimos en esto... ¡y probamos!». Funcionó.


Javier, que también era profesor y hacía planes de negocio, recuerda que, la noche de abril que lo cambió todo, Patri le dio la idea de empezar con el negocio. «Eché cuentas en un minuto y le dije: ‘¿Vas a facturar 3.000 euros al mes?’, y ella dijo: ‘Sí, sobradísima’. Así que dije: ‘Venga, te doy de alta, me encargo de los trámites». Javier hizo un plan de viabilidad. La tienda onlineespecializada en telas infantiles se abrió así el 2 de mayo del 2012. «Dos días antes de abrir, hubo una tormenta en Soria; nos quedamos sin internet. ¡El día antes aún teníamos cosas por perfilar! Al final, conseguimos abrir la tienda a las tres y media de la tarde de un 2 de mayo», dice Patri y añade Javier: «El primer día hubo unos 600 euros en ventas en toda España, una barbaridad. Luego te estabilizas».


El éxito no quitó, al final, las vacaciones en julio. Y eso volvió a cambiarles la vida, a hacerles crecer. «Recuerdo que un comercial nos dijo que en cinco años no íbamos a poder vivir de la empresa. Y sí, en cinco años todo-todo lo ganado se reinvirtió en la empresa, como se sigue haciendo», admite Patri. Pero aquel julio en que Ratucos tenía dos meses de edad se fueron de vacaciones. «En el viaje, me quedé embarazada ¡y vino el tercero!», revela esta madre feliz de tres varones. Eso es emprender contra la corriente actual de la demografía...


El cuarto de invitados en el que era su hogar en Soria hacía las veces de almacén. «Cuando estaba ya embarazadísima, habilitamos el cobertizo de herramientas de Javier y nos mudamos a trabajar ahí». El siguiente abril nació el tercer hijo y en diciembre del 2013 se mudaron a un local de negocios. «Fue la segunda mudanza. Hicimos siete mudanzas en diez años», condensa Patri con la agilidad de todo lo vivido. La sexta los trajo a Galicia en el 2017. Llegó un punto en que se dijeron: «¿Qué hacemos aquí solos en Soria, criando a tres hijos?». Y hace ya cinco años pegaron la vuelta... Mejor que Pimpinela.


«EMPRENDER ES MUY DURO»

¿Qué tal el regreso? «Hemos ganado mucho», responden. «Pero hemos perdido en estabilidad. Yo dejé mi trabajo cuando decidimos venirnos. El negocio iba creciendo y debía implicarme más», dice Javier, que lleva la parte administrativa y de informática en este equipo.


La parte creativa la ponen Patri y su gusto. «¡Nadie sabe el trabajo que hay hasta que sale una tela a la venta! Hacer algo bien requiere tiempo y mucho esfuerzo, y no todo el mundo está dispuesto a pagar ese precio», subraya la madre del negocio. «Ratucos me ha dado mucho, pero me ha quitado mucho —no oculta ella—. Cuando empecé, tenía que decidir entre quedar a tomar café con mis amigas o ponerme a hacer pedidos... Y eso va pesando día a día; la gente, al final, deja de contar contigo. Pero la empresa nos ha dado calidad de vida, nos ha permitido viajar mucho. Aprovechamos también cada viaje de trabajo para verlo como un viaje de pareja. Esa era una parte bonita. Nos decían: ‘Todo el día trabajando juntos va a ser la separación’, y estamos mejor que nunca», valora ella, hija de emprendedores que han sufrido y peleado lo suyo. El coraje y la tenacidad son el padre y la madre de la pequeña y mediana empresa.


Llevar tres hijos y una empresa mano a mano debe de ser fuente de conflictos, ¿cuál es el secreto? «Creo que cada uno tiene su parcela bien delimitada. Yo no me meto en la suya ni él en la mía», dice Patri. La clave, hacer «buen equipo». «Cada uno tiene su puesto en la empresa y luego está la vida de pareja. Si la cosa fluye entre nosotros, eso se traslada al trabajo». «Nunca hemos estado tan bien», recalca Javier. ¿Cómo hacéis para conciliar con tres hijos? «Nuestra empresa es nuestra casa. Eso te da flexibilidad. Ya no es que podamos estar con nuestros hijos, ¡es que no nos queda otro remedio!», manifiesta él.


¿Volverían a lanzarse después de diez años de camino, con momentos muy buenos y otros muy duros? «Es maravilloso emprender, pero es arriesgar todos los días tu patrimonio y tu tranquilidad. Yo tuve varias crisis de ansiedad que acabaron en ingresos hospitalarios. Emprender es duro [y hay que decirlo]. Te dicen: ‘¿Pero si te va muy bien, ¿de qué te quejas?’. Pero los festivos y domingos me pillan trabajando. No sé lo que es estar tranquila. No sé nunca lo que voy a vender mañana. Otros, con lo que vendimos en el confinamiento, se volverían locos...», revela Patri. «Para emprender, todo son problemas, trámites, burocracia. Y te lo digo yo, que esto es lo mío. Imagínate para alguien que no esté puesto», afirma Javier. Así que el músculo emprendedor resiste sobre todo con amor y entrega, sin tregua. «De lo que yo me siento orgullosa es de que nadie nos ha regalado nada», subraya ella. Y sí, volverían a dar «el salto», admite finalmente esta pareja al pie del cañón, a las duras y a las maduras.


Tienen gusto propio, no desperdician la tela y se esfuerzan, aseguran, por dar al cliente «el precio justo». Su empresa crece con un equipo de madres trabajadoras, un homenaje real a los inicios de un negocio que afrontan con esfuerzo, pero también con el gusto con que se hacen esos hobbies que, al final, nos dan la vida.




O Resumo Semanal - Edición Nº 519 - 2 de Setiembre

Fuente: lavozdegalicia.es 29.08.2022

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