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EDUARDO PORTELA.



Director de Empresa Nueve.uy- Desarrolladora –entre otros- de los proyectos Wash´n Go! y Upparcar (lavaderos automáticos de autos y estacionamientos en altura) …”hacer de la innovación un credo”…


Nací en 1957. Soy segunda generación de mi familia nacida en Uruguay por parte de padre –Portela- y cuarta del lado de mi madre: García. Imposible pasar por inglés, francés, vasco o alemán. “Portela, de las afueras de Londres” decía a veces al presentarme, pero no creo que nunca nadie lo creyera. No fui a Europa hasta los 90 y aún hoy sigo sin haber estado jamás en Galicia. Pero aun así, más que sentirme, me reconozco gallego. Y a ese reconocimiento –sinónimo a la vez de redescubrimiento y agradecimiento- es que quiero referirme.


Recuerdo que allá por los 60´s, cuando el Uruguay era muy otro “el barrio” era toda una institución social en donde vivíamos y convivíamos familias de muy distinto origen, extracción y clase social. Quienes tuvimos la suerte de criarnos en “el barrio” le debemos mucho de nuestra forma de ser y entender las cosas: el almacén o el boliche de la esquina, la “barrita” de chiquilines para quienes la máxima transgresión se llamaba “ring raje”, la escuela cerca, la colaboración entre familias y las puertas abiertas para todos. Y a cada una de esas cosas le debemos parte de nuestra formación. A la barra la amistad, a la escuela la igualdad y el respeto por el otro, a los vecinos la solidaridad y la tolerancia, a las puertas abiertas la generosidad, la convivencia, la seguridad y la paz que da la libertad; …y al almacén la confianza de la libreta y el valor por el esfuerzo del trabajo. Un verdadero espíritu y centro del barrio. No es poca cosa.


Y las cosas se llamaban por su nombre, o casi: el italiano era Tano, el judío era Judío, el negro era Negro y no afrodescendiente y los descendientes de españoles éramos todos “Gallegos”. Eso sí, con mayúscula, porque la cosa era con respeto. Claro que a los “Gallegos” se nos ha tomado siempre un poco el pelo. Y a veces peyorativamente. Que los chistes, que te lo explico dos veces, que “cuadradito-cuadradito como el sofrito Knorr” o que “el Uruguay no es un río sino un charco de agua sucia” y cosas similares que hacían de la “galleguidad” algo no siempre fácil de llevar. Y eso nos hizo sufridos. (O mejor dicho, más sufridos, porque lo de vivir duro lo traemos de allá). Que mi abuelo, oriundo de Villa del Marcón, Pontevedra, a quien debo mi nacionalidad española, no fuera particularmente afectuoso sino parco no contribuía tampoco.


Pero andando el tiempo se aprende; y entre las cosas que aprendí es que a los gallegos nos gusta el trabajo y nos gusta andar derecho. Y no necesaria o solamente para zafar de la pobreza sino vaya a saber uno por qué escondida mutación genética que nos dice al oído y al corazón que el trabajo dignifica y da sentido a la vida del hombre. Que el trabajo del hombre ES el hombre. (Y por supuesto la mujer, pero como los gallegos mucho no comulgamos con eso de la ideología de género y hablamos sencillo, con pocas palabras nos basta.)

Empecé a trabajar a los 16 y desde entonces no he parado. (Cumplo 61 en pocos días). Fui operador de sistemas en mi primer trabajo cuando las computadoras sólo aparecían en Odisea del Espacio. Estudié Veterinaria, lo que me hace un poco bicho y bastante animal –cosa que considero una virtud- fui empresario antes de ser publicista por casi treinta años y traté de hacer de la  innovación un credo. Con mi hermano fuimos los “inventores” del delivery en Uruguay en los tempranos 80 con una empresa que supo llamarse “Rush” que funcionó en Carrasco por diez años, y como publicista fui responsable de la creación y comunicación de algunas importantes empresas y marcas de plaza. También tuve oportunidad de hacer campañas electorales –casi todas exitosas- que dieron por resultado tres o cuatro diputados, un par de intendentes y hasta un presidente, pero me consuelo repitiéndome a mí mismo que errores cometemos todos. Hoy me dedico al desarrollo de empresas y franquicias.


Sostener en voz alta lo que piensan a pesar de las posibles consecuencias, tener convicciones, estar orgulloso de ellas, tratar de ser de la mejor madera -no manera- posible, (y de una pieza), y considerar el trabajo, el esfuerzo y la línea recta una condición de vida son condiciones fáciles de reconocer en los “gallegos uruguayos” que conozco y que respeto, aún con todos los defectos que le asignan a nuestros genes.


Son esos valores y virtudes las que hicieron del Uruguay de hasta hace poco un país en el que valía la pena vivir y en el que había oportunidades para todos. Son esos valores y virtudes cada vez más difíciles de encontrar en las nuevas generaciones, lo que hace cada vez más necesario que haya gallegos como aquellos en cada barrio, cada esquina, cada actividad y cada espacio de la sociedad. Y que quienes no somos oriundos, pero sí orgullosos de ese acervo, lo cultivemos, lo imitemos, lo sintamos y tratemos de practicarlo como si fuéramos gallegos de pura cepa.


Porque he llegado a la conclusión que “Ser Gallego” no es cuestión de geografía ni de nacionalidad únicamente. Es una cuestión de condición y de elección. No cualquiera puede ser gallego. Y mucho menos, sentirse orgullosamente gallego. Yo tengo esa suerte. Aunque haya nacido acá.


O Resumo Edición Nº 347 - 16 de Noviembre de 2018

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