Enrique Conde Blanco, periodista y empresario se radicó en el Uruguay a los 55 años. "La culpa fue de AEGU."
“¿Por qué te viniste al Uruguay?” ¿Cuántas veces habré respondido a esa pregunta desde que decidí quedarme aquí, ya hace más de una década? Una curiosidad lógica: no es habitual que alguien traslade su vida a los cincuenta y cinco años, y se venga solo a un país que prácticamente desconoce. “¿Fue por amor?”, me interpelan cuando se enteran de que mi mujer es oriental. Aunque sería muy romántico responder afirmativamente, no quiero engañarlos; no fue Cupido quien me arrastró prendido en una de sus irresistibles saetas. La verdad, a ustedes se lo confieso, es que la culpa la tuvo Aegu.
Llegué por primera vez a Montevideo a final de 2003 por motivos de trabajo. Yo dirigía entonces una empresa dedicada a la comunicación corporativa y la organización de eventos internacionales, radicada en la capital de España, y era presidente de la Cámara de Organizadores Profesionales de Congresos.
También era el secretario de la Asociación de Empresarios Gallegos en Madrid, Aegama, y al llegar aquí me pareció que era obligado visitar y saludar a los emprendedores gallegos del Uruguay. Y ahí caí en las redes de Aegu. Ángel Domínguez, que era el presidente en aquella época, se deshizo en argumentos para convencerme de que valía la pena traer capitales a este país que estaba saliendo esforzadamente de una grave crisis, necesitaba inversores y era confiable. Me tentó la idea y decidí experimentarlo.
Ni de lejos pensaba entonces venirme a vivir. Pero de eso se encargó luego la amabilidad de la gente uruguaya y su carácter hospitalario. Fueron naciendo relaciones y amistades, hasta que un día me atreví a proponérselo a mis tres hijas, todas ellas ya mayores de edad y con sus profesiones consolidadas: “¿Qué pensaríais si os dijese que me voy a vivir a Montevideo, que estoy chalado?” “Tengo la ya mayor parte de mi actividad empresarial allí y como sabéis: quien tiene tienda, que la atienda; y además Uruguay es un país agradable y tranquilo”.
Les mentiría si les dijese que les pareció normal. La expresión de sus rostros iba y venía desde la total perplejidad hasta la interrogación sobre cuál sería mi grado de locura. Sin duda, llegaron a la conclusión de que estaba completamente chiflado, y si no me lo dijeron fue solamente por un punto de respeto. Tuvieron que viajar más de una vez al Uruguay para convencerse de que la idea no era tan mala y de que mi salud mental estaba en parámetros aceptables. La crisis que a partir de 2007 sufrió la economía española, y de la que yo me libré por haber trasladado mis negocios a este país, incluso les hizo pensar que quizás su padre tenía facultades para la predicción económica que ellas –y yo, por supuesto- desconocían.
Disculpen que llevo ya un largo trecho y apenas he pasado de mi llegada al país. Permítanme retroceder para comenzar por donde debía y decirles que nací en Coruña, hijo de orensano y coruñesa. Descendiente de gentes de la mar por parte materna, mi abuelo era carpintero naval y la abuela María vendía pescado a voz en cuello por las calles de mi ciudad natal. Por el lado paterno, mis raíces están en el campo orensano, anudadas en las vides del Ribeiro; soy nieto de un peón agrícola y afilador que terminó por labrarse un pequeño capital, y de una madre de seis hijos que bastante tenía con intentar educarlos a base de antigua sabiduría campesina.
Parafraseando el título de una conocida comedia cinematográfica, tengo ocho apellidos gallegos, y aún más. He tenido oportunidad de visitar más de ochenta países en los cinco continentes, pero mi lugar en el mundo es sin duda Galicia.
Mis padres, Virginia y Pepe, combinaron el empleo de él como bancario con el trabajo de ambos codo a codo en un bar propio, en la playa coruñesa de Santa Cristina. Tenía yo apenas trece días de vida cuando mi madre me llevó con ella por primera vez al chiringuito playero, para poder darme el pecho sin dejar de atender el negocio. Mis veranos infantiles, desde que tengo memoria, juntan recuerdos de arena blanca, olas espumosas y transparentes y un trabajo intensivo como pequeño mozo, que hoy condenarían escandalizadas las autoridades del Inau, pero que a mí me fue muy útil y me hizo sentir responsable y partícipe de las esperanzas y los logros familiares.
Virginia, más joven pero frágil de salud, nos dejó hace seis años; mi padre siguió siendo ejemplo y guía para mí hasta el pasado mayo. La vida tuvo conmigo la generosidad de permitirme acompañar a los dos en sus últimos días, a pesar de los miles de kilómetros de distancia. Pepe, ya cumplidos los 90 pero resistente como un carballo orensano, vio realizado su deseo de venir a ver mi casa en Montevideo, y compartir paseos y conversaciones con Beatriz y conmigo en Uruguay, en dos ocasiones.
Porque, a todo esto, todavía no les he hablado de Beatriz, mi compañera, amiga, amante, cómplice, confidente. Muy en breve, les diré que esta asistente social tacuaremboense es lo mejor que me ha dado el país. Nuestra variada y numerosa familia binacional la forman hoy los tres hijos –dos mujeres y un varón- que ella crió sola tras quedar prematuramente viuda en plena juventud, y en España mis tres chicas; todos con sus respectivas parejas; cuatro nietos míos allá y uno de Beatriz en camino a este lado del mar.
Quizás ustedes esperaban que les hablase más de mi historia académica y profesional, en vez de un relato tan centrado en lo personal y familiar. A fin de cuentas, ésta es una asociación de empresarios. Les diré que mi actividad empresarial en el Uruguay se ha centrado en la empresa Coifin S.A., dedicada a adquirir, refaccionar y alquilar inmuebles, tanto para uso comercial como para vivienda. En España, como ya les comenté antes, creé y dirigí una empresa dedicada a la comunicación corporativa –soy periodista- , a la organización de congresos, eventos de marketing y viajes de negocios y reuniones.
Antes, me desempeñé en el periodismo trabajando en prensa escrita, radio, televisión, agencias de noticias; también como corresponsal diplomático y enviado especial a zonas de conflicto. Me cupo el orgullo de participar en la creación y asumir la dirección de medios informativos en Galicia, Madrid y Cataluña. He sido profesor sobre comunicación institucional en la Universidad Europea de Madrid y en la Escuela Internacional de Protocolo.
Desde siempre, me interesan las cuestiones cívicas, sociales y culturales. En el Uruguay he formado parte de la Comisión de Cultura y la Junta Directiva del Centro Gallego de Montevideo, así como del Consejo Directivo del Hogar Español de Ancianos, además de crear y mantener en Internet el portal informativo “Ondaespaña Ururuguay”. Intento combinar la labor hacia mi colectividad de origen con el compromiso con la comunidad en la que hoy vivo. Resido en el barrio montevideano de La Mondiola, al que algunos desmemoriados prefieren llamar Pocitos Nuevo, y colaboro a mantener la identidad de mi histórica barriada a través del movimiento “Vivir La Mondiola”. Hace un año fui elegido Concejal Vecinal.
Esa actividad social viene de lejos y no me ha traído sólo satisfacciones, sino también algún que otro problema en tiempos turbulentos y afortunadamente superados. Me vi ante el Tribunal de Orden Público de la dictadura franquista cuando aún contaba sólo 18 años; fui objeto de varias detenciones policiales e incluso pasé brevemente por la Cárcel Modelo de Barcelona en 1974. En marzo de 1977, fui herido de bala en el cuello por un grupo terrorista de ultraderecha.
Me cupo representar en diversas ocasiones a mis compañeros, como empleado y como empresario, y entre las iniciativas de las que me enorgullezco están haber sido socio fundador y el primer secretario general del Foro para la Evaluación de la Gestión Ética, así como la de crear la asociación civil para los Congresos Gallegos de la Calidad, en los cuales participaron más de tres mil empresarios y técnicos gallegos en el período 2000-2006, y se entregaron los Premios Calidad Valor Social.
Más información: https://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_Conde_Blanco
O Resumo Edición Nº 304 - 3 de Noviembre de 2017
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