Ubicada en las estribaciones de Laxe, en el vigoroso corazón de la Costa da Morte, siguiendo el Camiño dos Faros se halla una cala que la villa guarda en el joyero como una de sus más preciadas alhajas
El cronista se encamina al faro de Laxe igual que la mariposa noctívaga se siente atraída por una ventana iluminada. El cronista, en su infancia, profesaba envidia a los hijos de los fareros, pues ellos podían tener la luz encendida para leer hasta entrada la madrugada. Hace el recorrido a pie, tras haber repostado convenientemente en un restaurante de Laxe el combustible que precisa el coche de San Fernando. En el camino que conduce al faro, un letrero informa de un desvío que lleva a la Praia dos Cristais. Se baja hacia ella por una pista que culebrea como una serpiente marina.
La pequeña cala muestra que, en efecto, la arena ha sido sustituida por millones de pequeños cristales multicoloresque el vaivén del mar ha pulido. El cronista, que propende a la divagación, fantasea con que son los fragmentos de todas las botellas de náufrago que no han llegado a su destino, o las copas rotas en los brindis de los buenos deseos, o las cuentas del collar de la esposa del dios Poseidón.
Pero alguien lo pone al corriente de que en un lugar cercano se encontraba antaño un vertedero donde entre otros restos había envases de vidrio que el mar, tras haberlos trabajado a conciencia, fue depositando en la orilla. El océano es el gran reciclador pues, mientras el ser humano hace botellas de las botellas rotas, él hace playas.
Este día, en la Praia dos Cristais, el viento del invierno corta como un cristal. Y se afana en volarle el sombrero al cronista, como quien vuela una cometa. La de arrebatar sombreros de las cabezas es una costumbre que el viento no ha perdido, una habilidad que ha ido perfeccionando con los años, su tiempo de ocio tras pasarse el día en el trabajo moviendo molinos, empujando veleros, secando la ropa.
Es esta una playa de una belleza nueva donde no se construyen castillos de arena, sino palacios de cristal. Donde no se baña el cuerpo, sino la mirada. El cronista piensa que aquí sería necesaria la presencia de un socorrista, para rescatarlo a uno del asombro. Y que, más que la bandera azul, debería concedérsele una bandera que contuviese todos los colores del mundo. Su brillo es tal que en medio de la noche hay navíos que se orientan por ella, y así el faro puede dormir un poco, cerrando su ojo centelleante. En tiempos pretéritos visitaban la ensenada los grandes cetáceos; y hoy lo hacen las sirenas, cautivadas por el refulgir de lo que ellas creen topacios, esmeraldas, zafiros y rubíes.
El cronista constata que uno no va a la Praia dos Cristais: es ella la que viene a uno. Y que quien toca sus aguas permanece mojado para toda la vida.
Se ha hecho ya un poco tarde, y en la Costa da Morte naufraga el sol tras el horizonte. Las olas se posan en la playa con movimientos lentos, con mucho tino por miedo a cortarse. Y es que las olas van descalzas. Un cartel advierte: POR FAVOR NON LEVEN OS CRISTAIS. El cronista debe confesar que se los ha llevado en la memoria para siempre. Y visita la no muy lejana Pedra dos Namorados, ante la cual declara su amor eterno a la Praia dos Cristais.
O Resumo Edición Nº 452 - 19 de Marzo de 2021
Fuente: lavozdegalicia.es 13.03.2021
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